A menudo las cofradías son espacios para vivir en familia la fe. A menudo, también comprobamos como toda una familia pertenece a una misma hermandad y participa colectivamente en muchos de sus actos. Es una escena bellísima. Las cofradías deben defender los valores de la familia. Como elementos activos de nuestra sociedad, deben de oponerse a los múltiples ataques que recibe. El divorcio, las separaciones, el aborto, los dificultades para la conciliación de la vida laboral o el adulterio, son algunas de los principales ataques que actualmente se producen contra el núcleo de las familias. En la mayoría de los casos, la sociedad actual da forma legal a todas estas barbaridades, la justifica e incluso llega a promocionarlas. Nosotros debemos de oponernos a ellas. En el seno de las comunidades cofrades, debemos luchar de forma activa contra estas situaciones. De acuerdo que los fines de las cofradías son el culto externo e interno y la formación de los hermanos, pero esos son nuestros fines específicos y no debemos hacer dejación del resto de las obligaciones que como cristianos tenemos, debiendo ser testigos del mensaje de Salvación que nos dio Cristo en medio de esta sociedad europea que ha dejado, lamentablemente, de ser cristiana. Cuanto menos, no debemos promocionar estos ataques a la familia y estamos en la obligación de oponernos a ellos, luchando para que no se produzcan. Ya lo he escrito en otra ocasión. Ser cofrade es sinónimo de ser católico, como bien expresó el Maestro de Capataces, Antonio Sánchez Osuna. Ello independientemente de que en el seno de nuestras comunidades acojamos a los hermanos "alejados" de la fe. Y ser católico supone una gran responsabilidad que hemos de ejercer con decisión y perseverancia.